--Pero lo bueno es salirnos con la nuestra.
--Desde luego --me dijo--. Pero hay demasiada gente que tiene interés en mandarte.
--No es eso lo que digo. Quiero decir las cosas que se hacen por capricho. El vaso que bebes, el pitillo que fumas, las chicas que encuentras.
--Demasiada gente tiene interés. Lo que bebes y fumas lo dice el patrón.
--¿Y las chicas?
--Te lo dice el patrón. Si no puedes trabajar y ganar, despídete de las chicas.
No supe ya lo que quería decirle. Él, Carletto, esperaba, con ojos de gato. Yo tenía en la cabeza otra cosa, muy distinta.
--Ya ves lo que han hecho en Italia --me dijo--. ¿Eres dueño de mover un dedo? ¿Puedes trabajar si no tienes el carnet? Si no agachas la cabeza ¿te dan un bocado?
--Yo ando en camión sin nada.
--Lo que puedes hacer es tocar la guitarra. La guitarra es algo que hago, si quiero. A Novara voy, si quiero. A la tasca voy. Con Carletto charlo. Todo lo que hago así, por capricho, lo hago por mi cuenta. Pero las cosas importantes, las cosas que pueden derribarte, esas suceden por cuenta de ellos. Si te echan encima como un camión, como una fea pulmonía, y detrás hay alguien que disfruta con eso y juega.
--¿Quién quieres que sea? ¿El padre Eterno? --dijo él.
--Pues si existe, está en todas partes --dije aún--. También detrás de las colillas y de las torres Littorias.
Cesare Pavese, El camarada, Lumen, Barcelona, 2009, p. 119-120.
No hay comentarios:
Publicar un comentario