Allá me dijeron: "las cosas han cambiado, no pueden ser las mismas"; acá, tambores. Nuevas situaciones por todos lados. Emoción y vértigo. Momento tal menos para los pañuelos con mocos.
Afuera brinca la morena que arribó al barrio. Me ha dado por olerla. Así que entro al vecindario, guiado por el aroma azul de su humo, y la palpo. De sólo estirar las piernas, los perros cesan sus ladres. Y me le quedo viendo al techo por un agujero que hace de ventana a una enramada que se recorta en la bóveda del cielo. Observo desde ahí que los helicópteros de hoy en la city son los zopilotes de la playa en busca de cadáver (ese negocio de la muerte fresca al que se accede cada día gracias a la ciencia y a la tecnología). En eso, de repente, como suele ser y ya lo he dicho, uno como mosquito se viene en picada sobre el techo, al tiempo que descubro leyes físicas que lo llevan a caer en las afueras de Zumpango. Dicen los cables que por vuelo de reconocimiento sobre plantas de adormidera, y debe ser, casi seguro, un matamoscas chino. Aunque para mi, lo que sea, tuvo que ver clarito con las cartas de la morena que sí me supieron leer.
Pienso que no debo decir nada. O sea: callármelo todo, pues quizá sólo fueron los espejismos...
No hay comentarios:
Publicar un comentario