Practiquemos regularmente el ejercicio de distanciarnos de lo "normal" para analizarlo. Vista de lejos, la normalidad no parecerá tal. Miremos críticamente la sociedad, así nos daremos cuenta de que nuestro mundo - tal y como lo conocemos- es un absurdo y está de cabeza... pero podemos cambiarlo.

15 jul 2012

la renuncia


Cualquier persona normal es incapaz de entender por qué razón Andrés Guzmán renunció  a su trabajo como coordinador editorial en el centro de música. Si se quería ir a vivir con la jovencita, pues entonces con eso se quedó sin su sueño, ¡pobre diablo!, nació para ser un perdedor. ¿Y qué dirá la idiota de María, que además de aceptar que le pongan los cuernos, permite que el bribón renuncie así nomás y se quede en la casa sin trabajar? ¡Yo no entiendo!
Tampoco Andrés Guzmán sabría explicar bien a bien la razón de su renuncia, sobre todo si lo pensaba desde la desesperación de su nuevo y prolongado estado de desempleo. Aunque cualquier intérprete con nociones de materialismo se habría trazado la siguiente hipótesis: “si renuncia a su puesto es porque tiene de dónde”. Se rumoraba que era María, su abnegada mujer, la que lo mantenía. Catalina, su ex esposa, aseguraba que no, que Andrés era mantenido de sus padres, le daban una bicoca para que se la fuera pasando y él, carente de todo deseo y dignidad, se conformaba con eso, sin hacer por ganar un poco de dinero. Un día Andrés le contó a la amiga Martha que en realidad vivía de una pequeña renta que le heredó su abuela paterna por ser el letrado de los nietos. En todo caso él seguía informando a su modo sobre sus actividades a quienes se encontraba casualmente:

--Ando en una misión secreta, mi estimado, por ahora no te puedo decir más.

Para muchos Andrés era un muerto en vida, carecía de cualquier deseo. Su dogmatismo lo llevaba a despreciar la riqueza. Debía padecer cierto grado de autismo porque el mundo se había caído dos veces ya desde 1989 y él seguía en su programa marxista sobre la mercancía. En tres ocasiones le ofrecieron trabajos cómodos y él no hizo ni el menor gesto por conservar el puesto, tejer contactos, ascender, vamos, no digas, conservar... En los tres casos renunció sin tener ninguna opción de trabajo a cambio. Un buen día no volvía más Andrés a sus oficinas y regresaba a su vida entre los largos paseos callejeros y el apando en el departamento que compartía con María.
Por su parte Andrés se decía:
Incluso el más horrible de mis más grises y solitarios días es preferible a una jornada de 10 de la mañana a 6 de la tarde en el puesto de confianza bajo la dirección de un paranoico. El hombre ha convertido ese centro en una especie de cacicazgo. Lo primero que hizo al tomar el puesto fue cambiar de mujer. Desde las ventanas de su piso 11 con vista a los volcanes experimenta el goce de alguien que llegó a donde nunca siquiera había soñado. Con esa vista cambian y se estilizan las apreciaciones estéticas. Su nuevo puesto iluminaba. Por lo mismo, pensaba, debía ser objeto de todo tipo de envidias de parte de sus subalternos, malditos fracasados cuya razón de existir en la cultura mexicana no podía explicarse con ninguna maña. El centro estaba atomizado. Cada cubículo académico era un ejido en tránsito de ser privatizado. Las reformas eran precisas, la limpia desde arriba, las limpias siempre son desde arriba. Y los  trabajadores de confianza sirven de escoba.
Quiso el paranoico que Andrés dejara de hacer supervisión del trabajo editorial, al fin y al cabo no se producían libros, la época estaba cambiando, la cultura de internet sustituía violentamente al papel; el oficio de editor, como tantos otros, estaba devaluado. En año electoral lo último que puede ocurrir es la publicación de un libro oficial de música decimonónica en el Distrito Federal o las memorias de Esperancita Pulido. Lo que procedía, pues, era idear el procedimiento de tal manera que en cada paso del sistema quedara un candado para evitar sabotajes o manipulaciones posteriores que no fueran avaladas con las firmas de los responsables. No se producían libros de ninguna especie pero sí montones de procedimientos para la impresión de volúmenes diseñados artísticamente, procedimientos administrativos que aseguraban la reducción al mínimo de las posibilidades de duplicación del trabajo o errores de secuencia y de cualquier tipo. Si la secretaria lo saboteaba y le metía la zancadilla a la mínima distracción, tenía que documentarlo, ahí todo era por oficio, podían pagarle a alguien para que, a su vez, vigilara cada uno de los movimientos de Mónica. Defiéndete, le decían, no seas menso, es o tú o ella, se trata de tu puesto, del bienestar de tus hijos. Se imaginaba Andrés peleando y ganando. Demostrándose a sí mismo y demostrándole a las personas que todavía confían en él que no salía corriendo al primer contratiempo, que no trae su renuncia lista para depositarla en la mesa. Incluso podría volverse a entusiasmar en la vida con estas pequeñas batallas, con los logros de cada día, por el simple hecho de que no cualquiera pasa y te pisa.
Ni el peor de mis días en el anonimato de la city desde el ejército industrial de reserva-sector crónico sería tan horrible y repugnante como cualquiera de las jornadas en esos centros de simulación para el silencio de los intelectuales, pensó Andrés, mientras avanzaba en la oscuridad de Reforma y prendía un gallo para despejarse.  

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