fue la forma estudiantil y juvenil en que, en un terreno de
agudización de la lucha de clases por crisis electoral en el país, se expresó
ampliada la democracia en medio de los asfixiantes marcos impuestos por el
fraude. Es decir, dicho movimiento probó la imposibilidad del Estado de
mantener la farsa electoral en los viejos encuadres del 2006, cuando la
respuesta institucional contra el abstencionismo se limitó a la campaña aquella
de rockeros gritando: "si no votas, ¡cállate!". Tuvieron esta vez que
exponer en el movimiento abiertamente político por ganar la conducción de la
protesta, institucionalizándola y
poniéndola a limpiar las consignas sobre las bardas. Y sin embargo, el 132 de
hoy no es el mismo de cuando la cosa inició en la Ibero.
Ni los 132 que persisten en la lucha terminaron por
levantarle el brazo a Peña Nieto ni están en la práctica por seguir la
dirección paralizante de lópezobradoristas & neozapatistas urbanos (pese a
la carta de hoy en Correo Ilustrado a propósito del conflicto en la UACM
firmada por Ana Esther Ceceña, Julio Muñoz y Gilberto López y Rivas, entre
otros). Rebasaron hace mucho ese nivel, aunque esté todavía por verse qué será
de ellos de aquí a diciembre. Por lo pronto, aparte, hay que reconocerle al
movimiento dos logros invaluables en estos tiempos:
--haber avanzado visiblemente en la unificación de un solo
movimiento estudiantil a nivel nacional que hoy intenta alianzas de varios modos
con la juventud proletaria desocupada de las periferias de las ciudades.
--haber construido ya un espacio internacional, una
asociación mundial con los movimientos estudiantiles y juveniles de otros
países, un puente estratégico internacionalista.
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