¿Podría imaginarse un movimiento en la Grecia de hoy en día levantando la bandera en defensa de un "juez honesto" apellidado Garzón o Carpizo en el retiro? Si fuera esto posible, tamaños desfiguros serían barridos por la furia espontánea del sentido común hasta la madre, que suele ser sano.
En Atenas, "cuna de la civilización universal", se escenifica una nueva situación histórica en la que se complica el estudio de las "genealogías" a lo Gilly y el seguimiento lineal y cronológico de los acontecimientos. Ahí se produce un choque entre el proyecto de los órganos de poder del capital internacional y una revolución naciente que, de desplegarse, no podrá ser sino internacionalista y comunista, esto es, tendrá que proceder a la socialización de los medios de producción y de los órganos regulatorios.
En Grecia no podrá repetirse la historia contra la historia que relatan Negri y Hardt en Multitud cuando dieron por muerto al tejido nacional en los nuevos estados multinacionales prácticamente fabricados desde los órganos de poder del capital internacional. Después de la primera gran guerra mundial del siglo XX, esta práctica se hizo habitual en la Europa eslava (y esclava).
Haití es el último ejemplo relacionado con esta forma de la reestructuración del "estado nacional" (con todo y sus usos y costumbres) desde la abstracta cúpula del capital internacional. Ahí, cualquier intento de rehacer la genealogía por los independentistas de 1805 en Puerto Príncipe, sería en vano.
El nuevo tipo de estado multinacional se hace casi sinónimo de Cascos Azules y ejército de ocupación. Como en las películas del 5, agentes del FBI y de la DEA colaboran abiertamente para sofocar toda vida en la frontera. Sí, eso es: la frontera se convierte en el modelo para el nuevo estado mundial sin genealogías. Algo que se parece más a un caleidoscopio.
De ahí la importancia de la revolución en Grecia, cuya juvenil existencia, no obstante, no empezó el día en que la descubrió el furibundo lópezobradorista de Almeyra. Hace un año, cuando hablamos del caso, algún viejito de nombre olvidado, nos mandó a callar la boca por pretender hacer de nuestra desesperación lumpenesca (y la de los jóvenes que incendiaban Atenas) el sustituto de un trabajo paciente concentrado en la labor educativa. ¡Juar!
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