Practiquemos regularmente el ejercicio de distanciarnos de lo "normal" para analizarlo. Vista de lejos, la normalidad no parecerá tal. Miremos críticamente la sociedad, así nos daremos cuenta de que nuestro mundo - tal y como lo conocemos- es un absurdo y está de cabeza... pero podemos cambiarlo.

19 ene 2011

indicios contundentes

Y cuando estaba a punto de empezar con sus arrumacos, él mismo se miró y se dijo: "¡no manches, ya estás ruco!"

En el ejercicio de automiramiento pareció por un instante el alumno más destacado del viejo Meyerhold.

Sus clases con los cirqueros rusos venidos de Viet  Nam de algo le quedaban.

¡Y aquello era estético!

Realmente estético:

su sombra imaginaria sobre el muro imaginario diciéndose a sí: "pura vanidad, mijo, si lo que tú quieres es que te digan: ¡papi, eres único!"

Mas había que estar muy cegado por los embelesos para negar las pruebas encontradas al fondo de la bolsita roja que él había arrebatado mientras la puta se daba a la fuga. Estaba clarísimo por los indicios ahí hallados. Estaba clarísimo.

Era la lógica del absurdo: esperar a que se muera para luego generar ocupaciones varias entre los interesados en recopilar para su estudio toda la obra regada del difunto. Pero, a todo, esto no venía al caso. ¿Por qué había asociado su hallazgo en el fondo de la bolsita con estos pensamientos? ¡Ni que fuera como el Efrén!

Celular con cámara de buty pixeles (si se va a actualizar el habla, que sea en paquete). Y la niña por ahí fotografiando detalles, gestos, sentimientos, intimidades. No, no, no, se dijo, no lo debo interpretar así. "No seas negativo". Pero su otra voz se lo soltó de golpe y de tajo, y no era que gritara la voz pero es que él quedaba sordo: "Causa de la vanidad fuiste tan imbécil de pensar que dejarías de ser una mercancía por negarte a estar en venta. Pero fue justamente tu maldito empecinamiento lo que te valoriza hoy como una mercancía suigeneris".

Permaneció zumbado por un rato antes de alcanzar a negar con el movimiento de la cabeza abatida y entre susurros: "¡maldita perra!, ¡maldita!"

Cualquier alusión, así, a los buenos sentimientos, iba a ser considerado como pura putería. Por los otros, pero primero por él mismo.

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