Era un sujeto tan tenaz que carecía de todo, salvo lo que solamente él sabía, pero se cansaba de tamaña soledad --pues en realidad aquello no era otra cosa--,
que, si bien, no era tal, pues vivía acompañado de seres que en verdad lo amaban, existía palpablemente ya que él la sufría.
Como si fuéramos a salir ahora con que no somos otra cosa que la absoluta descentración en busca de centro. O sea, venir en el vagón con el duro y dale. Y otra vez. Y así, a todas horas. Desde que despiertas. ¿Cómo voy a hacerle para atravesar el día? De pronto te descubres que ya vienes liberado, con tus propias alas, flotando, y, en eso, ¡sácatelas!, va de nuevo. ¿Onde quedó ella? Te descubres agarrando en el aire burbujas de jabón, y se te viene a la memoria las veces que te adelantaste, pues eran blancas y no negras, así que no servías para el coro. "De haber llevado el ritmo...", te lamentas y te repites. Y vuelves a pensar que mañana no será distinto. ¡y eso es lo más duro!
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No sólo Giorgio Agamben en su crítica de la epistemología clásica y el método científico (Signatura rerum, 2010), coquetea con la magia renacentista; ahora se suma Fredric Jameson en Arqueologías del futuro (2009, Akal) a la fuga contra la ciencia desde el pensamiento heredero de la tradición intelectual del marxismo occidental. Para Jameson la utopía y la ciencia ficción se imponen como posibilidad abierta por los resquicios de la transición que vive la sociedad actual. De las pretensiones científicas de los fundadores, ya no quedó nada en sus bisnietos.
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