La única garantía de acceder a la posibilidad de entender el sentido de la verdad es siendo capaz en cada instante de renunciar a todo lo que se ha "labrado" a lo largo de la vida, ese no-conocimiento, según Agamben, ese destejer de Penélope que se logra en 1 orgasmo.
Luego entonces, vamos al grano:
1.- Los órganos de gobierno en el Distrito Federal fortalecen la presencia de las policías privadas en los espacios habitacionales. Tiras uniformados reclutados y lavados (las heridas se disimulan con vaselina) en el barrio bravo de la Santa Julia. Guardias que conducen camionetas con puras confidencias empresariales, armados como fieras igual que si dinero. Y luego van y vienen, los de la guardia, llegan y apuntan y nadie los vuelve a ver. Placas, número de familiares por departamentos. Y, pues en la tarde, oye tú, "¿a qué hora sales al pan? Se ligan a las muchachas con sus músculos. Ser un policía, hoy, deja con mucho.
2.- La vigilancia privada, siendo barrio, establece la frontera entre la U y el barrio. Se aposenta en su aduana. Nuevo pasaporte. Aquellos que cruzaban para cortar el camino hacia los Lagos (Lago Mayrán, por decir algo) se topan de repente con que ya están en Sudáfrica antes de Mandela. Un proceso violentísimo bien escrito en el inicio de Las iniciales de la tierra de Jesús Díaz para el principio de la revolufia del 26 de julio en Cuba.
3.- Acá en la U, la administración recibe 500 mil pesos delegacionales en plena carrera electoral, condicionados a que se inviertan en el rubro de la seguridad y se compran para ese fin productos (puertas eléctricas, picanas y bozales para perros, por decir algo) ya licitados y solicitados a empresas escogidas. Pero lo peor es que los minimalistas de la corriente de izquierda han decidido en asamblea de a tres entrar en ese terreno de lo posible y proponen la elección de un jurado calificador que decida entre éste y aquél proveedor. O sea, picotean.
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