La Praxis vagaba desde los veinte años por los barrios del defectuoso. Llegó de Coatza, obrera de la industria del plástico, con la ilusión de hacer una carrera en química. Se matriculó en la UNAM y se hizo pacheca en los diez primeros días. Por entonces entró mota a pasto en los centros de enseñanza... Desde las misceláneas contiguas a la secundaria hasta las islas de la UNAM. El Estado apaciguaba a los campesinos guerrilleros de todo el país ofreciéndoles un vasto mercado en las grandes urbes. Que se dedicaran a la siembra del café, que él se haría de la vista gorda.
Las grandes disqueras se enriquecieron con el mito de Morrison, Joplin, Hendrix, y Raúl Velasco (que seguro era accionista de alguna disquera) aprovechaba para echar un sermón apologista del Orden que sólo tentaba el morbo de la juventud clase media.
La Praxis me amó por encima de todo eso. Pero me amó como religión y eso fue lo malo.
Se lo advertí siempre: los románticos sacan a Dios para poner en su lugar el Amor. Lo bueno fue que hizo la lucha y quiso ser la traductora y ejecutante de todos mis sueños. De familia super burguesa y educada en el arte del mando, La Praxis era eficientísima en todo tipo de tareas orgánicas y, como su nombre lo indica, prácticas. Así que le aprendí también yo e hicimos una pareja super competente en el arte de la propaganda. Andaba la policía buscando a un batallón clandestino camuflageado en las zonas habitación del proletariado, y no éramos en realidad sino yo y La Praxis.
Huelga decir que La Praxis había roto con su clase, sumándose a las filas de los desclasados con causa roja. Y si no se hubiera clavado tanto, todo habría salido mejor: nos habríamos despedido a tiempo y sanseacabó. Pero quiso tener un hijo contra mi voluntad e insistió en que la Revolución no era otra cosa que la Comunión amorosa de dos espíritus solitarios, el suyo y el mío. Acto seguido recitó cualquier cursilería.
Me violentaba cuando me presentaba a mi mismo como un maldito solitario mendigando el último tranvía. Dicha actitud me hacía dudar si sus actos revolucionarios buscaban simplemente mi amor o si en verdad reflejaban sus convicciones.
Fue La Praxis como siempre la que despejó mis interrogantes. Se hizo Jefe de Departamento en alguna Secretaría. Escaló después a una Dirección. Se preocupa ahora por el piso que echará encima a su construcción este año y su hijo toma clases de actuación con la crema y nata de Televisa. Anuncia también chocolates en los carteles monumentales del Metro. Su madre está satisfecha y le tiene una cuenta en el banco, producto de su trabajo, el del niño, porque eso sí, ella quiere que su hijo se eduque desde pequeño en el trabajo y en la independencia.
Cuando me habla por teléfono la saludo afectuosamente y le prometo visitarla próximamente. Pero nunca le cumplo, quizá porque prefiero su imagen de hace 20 años, cuando a pesar de creer en Dios exponía por él el pellejo.
"Mariokovsky", El Profano, núm. 00, 27 de marzo de 1996 (de la era desaparecida del papel).
 
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario