Este país no se parecía a ningún otro país del mundo. Toda la población estaba compuesta por niños. Los más viejos tenían catorce años, los más jóvenes apenas ocho. ¡En las calles una algarabía, un ruido, un griterío que martillaba el cerebro! Bandas de chiquillos por todas partes: jugaban a las bolitas. al tejo, a la pelota, andaban en bicicleta, en caballitos de madera; unos jugaban al gallito ciego, otros se perseguían; algunos, vestidos de payasos, devoraban antorchas; otros recitaban, cantaban, hacían saltos mortales, se divertían caminando con las manos y levantando las piernas por el aire; uno manipulaba el aro, otro paseaba vestido de general con birrete de papel y un escuadrón de cartón; reían, gritaban, se llamaban, aplaudían, silbaban; alguno imitaba el sonido de la gallina cuando ha puesto un huevo: en suma, un pandemonium, una baraúnda, un bullicio tan endiablado que había que ponerse algodón en los oídos para no quedarse sordo. En todas las plazas se veían teatros de títeres... ("El País de los juguetes. Reflexiones sobre la historia y el juego", en Infancia e Historia).Nosotros nos quedamos con la reflexión de Agamben sobre el papel del juego en las llamadas "sociedades calientes" (contra la tradición), pero sugerimos explorar lo de Pinocho desde la relación entre la sociedad de los juguetes y el estruendo. Atina Collodi al marcar la especificidad de la sociedad hipercaliente en el terreno auditivo, o sea, en la producción de ruido. The Art of Noises de Luigi Russolo. Algo que también captó Mario Vargas Llosa en el inicio de La fiesta del Chivo.
(la ciencia sospecha ahora cierta relación entre la asimetría craneal de las ballenas y su capacidad para conocer la dirección de los sonidos viajando a través del agua).
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