Practiquemos regularmente el ejercicio de distanciarnos de lo "normal" para analizarlo. Vista de lejos, la normalidad no parecerá tal. Miremos críticamente la sociedad, así nos daremos cuenta de que nuestro mundo - tal y como lo conocemos- es un absurdo y está de cabeza... pero podemos cambiarlo.

29 sept 2011

Hacia la libertad

Llevaba mi lectura, pero al llegar al parque y verla me di cuenta de que no leería ni una sola hoja. Ella, espontáneamente  ya me había empezado a hablar sobre mis perros, con los que estaba jugando por primera vez.  La mujer tenía los ojos muy brillantes y su sonrisa, con varios dientes de menos,  invitaban a permanecer con ella.  Dijo que tenía 61 años, era del mero puerto de Acapulco y su único hijo era del 80… que al final no resultó ser su único hijo pues crió Celia desde que ésta  tenía 1 año de nacida. 
Se llama Socorro, es la última de 14 hijos y, siendo  mujer,  había tenido que quedarse en casa para atender a su padre por varios años. Luego se casó con un maestro de panadero que al final terminó  aceptando a Celia como hija adoptiva y le celebró con bombo y platillo sus 15 años.  El panadero Nicolás se reía, sabiendo que todo era una adopción, cuando se mofaba de él la banda cábula preguntándose
“ ¿Qué es lo que habría pasado allí pues la hija era  rubia, alta y de ojos claros;  la madre era de baja estatura, negra y con los ojos muy oscuros y brillantes, y Nicolás era alto, moreno y de ojos oscuros y amargos.”
 Socorro me contó que era viuda desde hacía 10 años y cómo había estado la cosa
mi esposo murió de un paro cardiaco, así, de repente y ahí se quedó. Estábamos sentados y de pronto se cayó de la silla y dejó de respirar. Cuando un doctor que andaba por allí me dijo que estaba muerto, yo le pregunté: ¿Ya? ¿así de rápido? pero si se acaba de caer!!!”
Después de reírnos, continúa relatándome una historia dentro de su historia.
Uno de mis nietos, que en aquel entonces tenía  10 años, no paró de llorar por dos días desde  la muerte del abuelo. Entonces yo, cansada de tanto llanto, que lo tomo de los hombros, lo sacudo y le explico que llorando así no podría revivirlo. Entonces  él me respondió:
¿Recuerdas que hace dos días él me golpeó? Pues mientras lo hacía yo le dije entre dientes:  ¿cómo no te mueres, cabrón?”
Ella se carcajeó y concluyó que el llanto del niño era puro remordimiento, al igual que el de todas aquellas mujeres que llegaron el día del entierro a llorar como si se desgarraran, como si lo amaran y lo fueran a extrañar.  Ese día le contaron sobre ellas, todas habían sido amantes de su esposo,  todas con hijos, y ella ni siquiera lo sospechaba.  
Nicolás, como todo buen macho, además de mujeriego,  era  alcohólico, golpeador, cobarde,  celoso y  la tuvo a su lado todos esos años por la amenaza de que mataría a su padre si lo abandonaba.
Socorro  le odiaba profundamente y reconoce que vivía con el por miedo,  solo por eso; y  que el día que él murió ella recobró la libertad.
Yo, con asombro, le pregunté si durante más de 30 años había permitido que la golpeara sin levantar siquiera una mano contra el.  Entonces me contó lo de aquel  día, cuando entre los golpes, ella le quita el machete y lo levanta sobre Nicolás
“lo recuerdo debajo de una mesa, lleno de miedo, llamándome negrita y rogándome que no lo matara… mmm, le dije, para eso me gustabas…”
Socorro afirma que a partir de ese día, Nicolás no volvió a golpearla.  El panadero comenzó a descargar su furia y sus miedos más intensamente sobre sus trabajadores.  Y fue después de un enfrentamiento con ellos que murió. Ella, al verlo tirado en el piso sin vida comprendió que su vida daba un giro profundo y reía con emoción pensando  que finalmente podría salir de la casa cuando quisiera, decidir sobre su tiempo y su persona, que ya no tendría que rendir cuentas ni pedir permiso para nada.
Mientras  Socorro hablaba, sonreía,  y yo celebraba con otra sonrisa su liberación. Pero después de unos minutos,  mi ánimo cambió al volverse más clara en mi cabeza una idea: en realidad solo había cambiado de dueño, pues ahora tenía un patrón.
 

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