Estuve en los mejores tacos de suadero de la capirucha, en la México-Tacuba, esquina con el Chopo, enfrente del hotelito para locas y travestis del mismo nombre, al lado del café.
Estaba tan extasiado con la carne del suadero más su salsa de habanero, tan extasiado al limpiar mis manos con el jugo de un limón, eructando a la discreta la Coca-cola, que me limpio con la servilleta, me pongo el sombrero y levanto como un saludo, francamente en éxtasis: "Todo muy rico, mi señor. El mejor suadero de la city".
El de los tacos me contempla con la absoluta seguridad de que me ha visto en el papel estelar de alguna película. "Que le vaya muy bien, señor, lo esperamos pronto".
Al llegar a casa conservo en paladar y lengua esa sensación que da la gula: podría seguir allá comiendo. Y entonces me percato de que tal fue el contagio de mi éxtasis que me alejé del puesto de tacos sin pagar la cuenta. ¡Y todo fue tan natural, tan cándido, que nadie fue para decirme: "oiga, usted, sí, están muy buenos, pero págueme!"
En fin, me digo, ya volveré mañana a pagarle, y de paso, me comeré otros.
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