Quizá tarde, pero le cayó el veinte.
Lo que le costaba era aceptarlo…
y vivir con eso:
nada tenía sentido.
La vida tampoco,
ésta quizá menos que nada.
Había abandonado las religiones,
las ilusiones de progreso y de reformas,
las posibilidades de la revolución,
en lo inmediato y en el largo plazo.
Nunca aprendió a actuar sin convicción,
todo en su vida lo había hecho con un fin,
había intentado ser congruente
y ceñirse consecuentemente al sentido,
al sentido que ahora nada tenía.
Transitaba en el vacío,
transcurría la existencia pura, sin ser.
Vegetaba solamente
alejándose cada vez más de todos y de sí,
de su historia y de su futuro,
el presente era ya vano,
solo el dolor y la angustia
le recordaban que aún vivía.
Todo había sido un sueño,
y al despertar
se sabía en medio de la guerra.
Entendía el porqué de la guerra
y sabía que no tendría fin.
Lo había estudiado,
había tenido gran pasión por comprender.
Ahora solo le quedaba tristeza,
rabia e impotencia infinitas.
Resistía pensando en que luchaba,
que tal vez ganaría la batalla,
pero… para qué ¿para sobrevivir?
y ¿para qué?
si esto era el infierno,
la pesadilla solo se alargaría
y sin duda, las cosas se pondrían peor.
Sabía que no había esperanza,
tampoco retorno,
y no quería volver a soñar,
no quería engañarse más.
Sentía que todo había terminado...
y eso que aún era joven,
sí, había amado intensamente,
se había fundido con el mundo
y había gozado con la vida.
Pero al fin, le cayó el veinte.
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