Practiquemos regularmente el ejercicio de distanciarnos de lo "normal" para analizarlo. Vista de lejos, la normalidad no parecerá tal. Miremos críticamente la sociedad, así nos daremos cuenta de que nuestro mundo - tal y como lo conocemos- es un absurdo y está de cabeza... pero podemos cambiarlo.

21 abr 2012

de nuestro programa


Mario Rivera Ortiz
cuini@prodigy.net.mx                                                      

Escritores como Jorge Castañeda, Héctor Aguilar Camín, Luis Rubio y Luis de la Calle, difunden una imagen sociológica de un país que no es el nuestro. Hablan de un lugar que supuestamente ha sufrido un cambio cultural que avanza con paso firme hacia la modernidad y el progreso y donde la creciente urbanización y la mayor disponibilidad de bienes y servicios básicos están construyendo una sociedad con valoresclasemedieros, más conservadores que aquellos revolucionarios que predominaban en el pasado (Proceso, No. 1805, 5 de junio de 2011, artículo de John Ackerman, p. 62).
Ciertamente, hasta hace poco tiempo México era un país  pequeñoburgués ciento por ciento y la superestructura política existente correspondía a ese tipo de sociedad, pero eso, ahora ya es historia, parte de lo que el viento se llevó.
La realidad sociológica actual, en relación con las clases medias, es enteramente otra, pues ahora mismo, al son de los discursos sensibleros de los realpolitiker progress, están siendo barridas “por la escoba de la historia” (diría C. Marx). Citemos un solo ejemplo que demuestra lo anterior, sobre todo en el DF, donde además de los grandes almacenes tipo Waltmart y Costco, los consorcios que promocionan la instalación de pequeñas tiendas de abarrotes, como Oxxo y Seven eleven, están provocando el cierre de millares de tendejones y lanzando, a otros tantos clasemedieros, a la proletarización forzada.
La verdad en materia de estructura social es distinta a la que nos pintan alegremente los escritores mencionados, porque paralelamente a la mayor concentración del capital, la pequeña burguesía ha entrado en una fase de franca extinción, mientras que la gran burguesía se ha hecho menos (aunque más rica) y se ha dividido en fracciones que luchan entre sí, disputándose con las armas en la mano, diversas áreas del mercado, formal e informal, blanco y negro.
De otra parte, hay una explosión numérica del proletariado que vive todavía sin una organización y una conciencia clasista y cada vez más precarizado por los frecuentes “ajustes” de un capitalismo en crisis crónica, válgase la contradicción.
A lo anterior hay que añadir los frutos miserables de la reforma electoral de 1978 (LOPPE), que fuera de polvo y paja, con lo único que logró enriquecer la democracia mexicana fue el “pluralismo” y la “alternancia” dentro de la misma clase gobernante. Y por supuesto, las festinadas “ciudadanías sexuales”. 
De la pobreza ideológica y política del supuesto cambio cultural del que habla Luis de la Calle, basta con mencionar la vaciedad de los programas y consignas electorales de los cuatro candidatos que juegan en las presentes elecciones presidenciales, que muestran plenamente sus fuertes y explícitos compromisos con el capital, y la omisión de los cinco puntos democráticos minimalistas principales que exige actualmente la población mexicana: 1. Respeto a los derechos sindicales. 2. Creación de empleos y aumento general de salarios. 3. Liquidación del Estado policiaco, 4. Eliminación radical de los grupos de terror fascista, asesinos de estudiantes, periodistas, intelectuales y campesinos. 5. Defensa de la paz mundial, no en abstracto, sino frente a la política guerrerista de las grandes potencias y la ONU.
Es por ello que el esquema geométrico-político tradicional para clasificar los partidos sólo funciona como la parte más enmohecida de la retórica electoral. “Derecha”, “centro” e “izquierda”, pues en el contexto de las votaciones de julio son palabras huecas. Ahora la masa de ciudadanos de carne y hueso se agrupa en dos polos opuestos y excluyentes entre sí por su historia y sus intereses, uno aglutina a los trabajadores explotados por el capital y otro que suma la gran burguesía y los restos de la “amorosa” peque progress. Ello porque en el terreno de la diferenciación política de la sociedad de este país, las condiciones económico-sociales están maduras para que el movimiento sectario se disuelva en el movimiento de clase.
En vano Porfirio Muñoz Ledo ofrece un esquema sociológico escolar alternativo: “izquierda partidaria”, “izquierda contestataria” e “izquierda societaria”, que no es otra cosa que una adulteración intelectual más de la realidad.
Otra visión del panorama nacional, hace suponer que México, como algunos otros países de Europa y América del Norte, se aproxima a su nueva revolución social. Ésta debe estallar en su interior dentro de poco tiempo históricamente hablando; el pulso político de estas regiones sugiere que puede ser cualquier día, simplemente porque sus fronteras encierran un conjunto inestable de contradicciones cada vez más explosivas. Las clases sociales que encabezarán tal movimiento serán la enorme masa del proletariado de la ciudad y el campo y, detrás de él, los restos proletarizados de las clases medias.    
Entonces el país ha entrado en el callejón de la tensión social, no por capricho de los inconformes, sino precisamente por la necedad de quienes ejercen el poder. La disyuntiva es clara, o se cambia de raíz el sistema económico y político del país o habrá depresión permanente y guerra de clases hasta sus últimas consecuencias.
Frente a esta realidad que ningún acto de magia ni milagro puede cambiar, los cuatro candidatos a la Presidencia de la República Mexicana tienen la palabra.

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