En medio de la racionalidad y el cálculo, los padres procedieron e intentaron convertir deudas y pérdidas en ganancias financieras. ¿Puede objetarse algo?
La noche de su reconciliación hubo besos. Tuvieron relaciones... No durmieron hasta que clareó.
Esto se dijeron:
Sencillo: Estoy endrogado hasta el cogote, lo debo todo, he llegado a un límite, si no pago ya, entro en bancarrota y voy a parar con mis huesos a la cárcel. Tú (le dice tiernamente a su amor reencontrado), no tendrás ya para pagar a las criadas, y te verás obligada a cambiarte a un cuarto de azotea, cargar con... (aquí resulta inaudible el trozo de grabación).
Vamos, no es que sea una tarada..., no, no, ¡si es tan linda!, pero es una carga, sin duda, hay que dedicarle tiempo completo a su atención y, aunque avanza, ningún príncipe llegará por ella algún día. Avanza, pero en cierto sentido... es trabajo perdido.
Averigüé por ahí el precio de los ... (aquí se borra nuevamente)... si no aprovechamos ahora, me dijeron, los precios bajan y ¡cuaz!, tú sabes, se acaba. Vamos juntos en esta suerte.
Bertolt Brecht se refirió en su obra dramática a la práctica habitual entre las madres proletarias en tiempos de guerra y fascismo de vender las bocas que les sobraban y se les colgaban encima: pequeñas crías inútiles todavía para ganarse la vida que podían dar el brinco mortal y convertirse en dinero para alimentar a las otras bocas. Brecht se mofaba del moralismo que pretendía enjuiciar desde un punto de vista "ético" el acto de la madre que hacía de su hijo una mercancía. Pero las cosas han cambiado desde entonces y ahora (gracias a los progresos de la ciencia) es posible que la transformación del hijo se produzca por partes y con el cuerpo muerto: una modificación evidente en la forma mercancía que está llamada a convertir la cultura de esta fase del capitalismo (si alguna vez hubiera sido otra cosa) en pura tanatología.
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