Afirma Adolfo Gilly en la entrevista que le publicó ayer La Jornada (aquí abajo):
"En el norte de México influyeron a principios del siglo XX los sindicalistas de IWW (Industrial Workers of the World) de Estados Unidos, a través del Partido Liberal Mexicano de Ricardo Flores Magón. Los gobiernos nunca han podido sellar esa frontera en movimiento.En hermosos pasajes de la literatura universal, Marx y Engels en su primer texto al alimón (La ideología alemana, 1846), explican largamente la relación existente entre el surgimiento del mercado mundial capitalista y la Historia Universal. Los precios mundiales como símbolo de los intercambios multipolares, pusieron fin a las "culturas originarias".
Surge inevitablemente la pregunta de si, aquí en México, la izquierda democrática universitaria no le debe tanto o más a la república española del 36 que a cualquiera otra de las tradiciones nacionales.
¿Cómo procedería una genalogía del rock en México?
Historicismo culturalista y no otra cosa resulta del análisis por las genealogías (zapatistas o lo que sean). Tal análisis se olvida del concepto revolución, inherente al modo de producción capitalista, cuyas relaciones de subordinación exigen la reestructuración permanente de los procesos de producción y de todas las prácticas sociales y culturales. La revolución se da por saltos.
Del historicismo culturalista no hay más que un paso a la negación de un programa del comunismo marxista, "dado que ninguna tradición histórica lo incluye prácticamente entre sus movimientos". De una postura teórica tal no podría desprenderse una crítica que incluya a las propias tradiciones y mitos del movimiento comunista popular. Digamos que Marx y Engels simpatizaban profundamente con los levellers y los sans culottes (aprendieron de ellos) pero no los santificaron para liberarlos de toda crítica, a nombre de ninguna genealogía.
Toda lucha radical de masas --afirna Gilly en su determinismo histórico--, armas en mano, contra el despojo, la explotación, la humillación y el desprecio, como fue la Revolución Mexicana, tiene una dinámica interior anticapitalista, como la tiene hoy la lucha de los pueblos indígenas de Chiapas y la de su Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Pero esto no quiere decir necesariamente socialista, lo cual implica una propuesta y un programa específico de reorganización de la entera vida social, como en Rusia en 1917 o en Cuba en 1959-1961.
Para Gilly, como se ve, la genealogía mexicana no lleva al socialismo, pues, para él, México no cuenta con una "tradición" marxista. Como si Julio Antonio Mella no hubiese sido asesinado en las calles céntricas de la capirucha y no hubiese escrito en El Machete su mejor obra.
Así que habría que retomar a Engels --contra Gilly-- cuando en su crítica del socialismo utópico definía al comunismo obrero de su tiempo como la punta de lanza contra las tradiciones herejes dentro del propio movimiento popular, en lugar de ponerle las veladoras a las "raíces".
El maestro Gilly andaba trabajando este rollo de las genealogías allá hacia fines de los ochenta, sólo que en ese entonces él defendía la tradición popular cardenista. De allá para acá, sus amigos cardenistas sufrieron la penosa descomposición de lanuevaburguesíanoacabanuncadeser. Gilly se distingue del cardenismo común por haber transitado en el proceso a la otra tradición de un piso más abajo: el zapatismo, la tradición de los más pobres. No es poco mérito en el México de hoy el de Gilly, aunque chafearíamos gacho si nos callamos esta: la última vez que se vio al sub Marcos por acá, allá a principios de mayo del 2005 (había salido unos días antes en la tele con Loret de Mola y pronosticado fallidamente el triunfo electoral del gallo), caminaba acalorizado con su capucha sin llamar la atención sobre la oxidada capacidad de asombro con hambre de lo nuevo que reina en la city. En otras palabras (y eso lo escribió Gilly en su Revolución interrumpida...), al zapatismo la ciudad se lo traga.
http://www.jornada.unam.mx/2010/05/08/index.php?section=sociedad&article=032n1soc
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