Tres metros adelante crucé con Susana, la secretaria. Caminaba sumergida en una angustia tan grande que no reparó en que la saludaba cuando nos tropezamos por el pasillo. Así que ya por los elevadores iba yo convencido de que una especie de malestar privaba a esas horas en aquel ambiente de artistas convertidos en burócratas. Se morían por una jugada en la urgencia del no mañana. Lo cual corroboré ya arriba en el retrato que realicé sobre los gestos de la oaxaqueña, fruncidos ellos, duros y bien ingratos.
--Huele a rebelión --dije en voz bien alta.
De seguro que pensaron en ellos mismos. Pero yo estaba más bien en Ixtapaluca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario