Practiquemos regularmente el ejercicio de distanciarnos de lo "normal" para analizarlo. Vista de lejos, la normalidad no parecerá tal. Miremos críticamente la sociedad, así nos daremos cuenta de que nuestro mundo - tal y como lo conocemos- es un absurdo y está de cabeza... pero podemos cambiarlo.

31 mar 2011

la dictadura en México y los escritores revolucionarios

En su Yo el supremo, esa densa mole de buena prosa histórico-filosófica y poética, Augusto Roa Bastos expone al Dictador como un recurso lingüístico sentado en la fe.

Apenas ahí donde comienza el texto, en charla con su lacayo (Patiño), el Dictador muestra su obsesión patológica por aquellos que escriben contra el régimen.

Traemos a colación la siguiente cita pensando en el poeta Javier Sicilia y en su hijo Juan Francisco, apenas hace pocos días asesinado en el estado de Morelos:

¡Ratas!... Se creen dueños de sus palabras en los calabazos. No saben más que chillar. No han enmudecido todavía. Siempre encuentran nuevas formas de secretear su maldito veneno. Sacan panfletos, pasquines, libelos, caricaturas... Ahora se atreven a remedar mi lenguaje, mi letra, buscando infiltrarse a través de él. Recubrirme en palabras, en figura. Viejo truco de los hechiceros de las tribus... No te pido que me adules, Patiño. Te ordeno que busques y descubras al autor del pasquín. Debes ser capaz, la ley es un agujero sin fondo, de encontrar un pelo en ese agujero. Escúlcales el alma a Peña y a Molas. Señor, no pueden. Están encerrados en la más total obscuridad desde hace años. ¿Y eso qué? Después del último Clamor que se le interceptó a Molas, Excelencia, mandé tapiar a cal y canto las claraboyas, las rendijas de las puertas, las fallas y tapias y techos. Sabes que continuamente los presos amaestran ratones para sus comunicaciones clandestinas. Hasta para conseguir comida. Acuérdate que así estuvieron robando los santafesinos las raciones de mis cuervos durante meses. También mandé taponar todos los agujeros y corredores de las hormigas, las alcantarillas de los grillos, los suspiros de las grietas. Obscuridad más obscura imposible, Señor. No tienen con qué escribir. ¿Olvidas la memoria, tú, memorioso patán? Puede que no dispongan de un cabo de lápiz, de un trozo de carbonilla. Pueden no tener luz ni aire. Tienen memoria. Memoria igual a la tuya. Memoria de cucaracha de archivo, trescientos millones de años más vieja que el homo sapiens. Memoria del pez, de la rana, del loro limpiándose siempre el pico del mismo lado. Lo cual no quiere decir que son inteligentes. Todo lo contrario. ¿Puedes certificar de memorioso al gato escaldado que huye hasta el agua fría? No, sino que es un gato miedoso. La escaladura le ha entrado en la memoria. La memoria no recuerda el miedo. Se ha transformado en miedo ella misma.
¿Sabes qué es la memoria? Estómago del alma, dijo erróneamente alguien. Aunque en el nombrar las cosas nunca hay un primero. No hay más que infinidad de repetidores. Sólo se inventan nuevos errores. Memoria de uno solo no sirve para nada.
Augusto Roa Bastos



 

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