Practiquemos regularmente el ejercicio de distanciarnos de lo "normal" para analizarlo. Vista de lejos, la normalidad no parecerá tal. Miremos críticamente la sociedad, así nos daremos cuenta de que nuestro mundo - tal y como lo conocemos- es un absurdo y está de cabeza... pero podemos cambiarlo.

14 mar 2011

Las tesis de marzo: justos por pecadores

Al paso de los meses vamos viendo que la crisis que reventó a finales de 2008 con el desinflar del D...D', esa fórmula no conceptual y puramente cuantitativa que es como Marx sintetiza el ciclo del capital financiero, no era meramente económica sino que implicó una profunda transformación de la relación sociedad mundo, igual que sucedió en Europa entre el siglo XIII y el XVI, durante la transición del feudalismo al capitalismo, cuando el viejo mundo medieval cayó por la grieta de la proletarización y feneció bajo los mares (en Groenlandia y en los Países Bajos) o presa de la peste carbona (¿o es cabrona?) y en los manicomios de las naves de los locos.

Cuando estalló la epidemia de la llamada influenza, meses después del crack inmobiliario, dijimos que era el segundo piso de esa misma crisis; que luego de las bolsas deprimidas estábamos ante la depresión global de las vías respiratorias del mundo, intoxicadas por las partículas de mierda suspendidas sobre segundos pisos y depositadas, finalmente, en nuestros pulmones.

La revolución del mundo árabe fue la nueva vuelta a la tuerca que transforma el mundo antes de que el tsunami japonés se apoderara de las cámaras de Televisa. Así de irracional es la contribución de la naturaleza al proceso revolucionario, mismo que no se haría necesario si el sueño de los reformistas de "conducir las transformaciones mediante reformas preventivas" resultara algo más que una rancia cantaleta.

La revolución de los pueblos árabes, con todo y su ira, abre una perspectiva mundial --la única vía de salvación-- hacia una reconciliación orgánica con la naturaleza; pero si los hombres no somos capaces de destruir el modo de producción capitalista y anular política y socialmente a los pocos sátrapas que personalizan el susodicho ciclo de la pura cantidad (D...D'), no le pidamos a la naturaleza buenos sentimientos. Mucho menos buena puntería.

Como genuino resultado de la irracionalidad, la revolución hace pagar a justos por pecadores.

Con todo, son grandes e invaluables las enseñanzas que va dejando la violenta transformación social en el Magreb. Sabemos distinguir ahora entre una insurrección general contra la dictadura (Túnez y Egipto) y una guerra civil como la de Libia, azuzada por oeneges sedientas de intervención imperialista en África como antídoto frente a la revolución.

Terminemos, finalmente, hablando de tsunamis, con una disgresión sobre "el océano pensante" en Solaris del cineasta Andrew Tarkovsky (novela del escritor polaco Stanislav Lem):

De seguro se dirá que conceder pensamiento a la naturaleza significa entrar de lleno en el plano del misticismo. De hecho, el director soviético linda en esa franja. Pero bueno, bueno, concedamos por lo menos que se trata de sentimientos. Y si los árabes sienten ira cada viernes, ¿qué impide a los mares armar su pancho?

No hay comentarios: