La ciencia reduce el infinito de las formas humanas y naturales a la pura geometría. Establece por la dinámica la velocidad de los flujos. Gracias a estas reducciones logra reproducir después, en dimensiones cíclopeas y de modo totalizador, el mundo natural de manos y herramientas (la máquina fabril del siglo XIX es a las dimensiones cíclopeas como el chip a la nanotecnología).
El mundo de la fábrica y de sus mecanismos engranados es ya en sí una pura referencia cristalizada y muerta frente al acto vivo del trabajo con sus herramientas: lo humano aparece, si es que lo hace, como una pura referencia asimilada por las cosas. Son cosas que hacen cosas.
Si nos fijamos en la parte de la maquinaria empleada para la construcción de máquinas que forma la verdadera máquina-herramienta, vemos que en ella reaparece, en proporciones cíclopeas, el antiguo instrumento manual.
Es en esta lógica fabril precisamente, y no fuera de ella --como pretende Fredric Jameson-- que se produce una cultura de la representación y la alegoría en la que el "referente natural" es ya un símbolo.
La ciencia en esta fase fabril garantiza una "fusión" entre la naturaleza productiva y los mecanismos naturales. Obliga así a la redefinición de las fronteras entre el hecho social y el hecho natural.
Pero el resultado de la ciencia aplicada a la producción mecanizada --en donde ya nada queda de la estructura manufacturera sostenida sobre las subjetividades ordenadas y ha nacido una auténtica objetividad autómata-- consiste en que lo humano, a partir de ella, es considerado a priori y en principio como fuente de error. Así, no sólo apareció la tecnología como una nueva rama de la ciencia en el capitalismo industrial, nació también la ciencia para la producción artificial de la degeneración intelectual por vía de convertir a las mujeres y a los niños en "simples máquinas para la fabricación de la plusvalía --degeneración que no debe confundirse, ni mucho menos, con ese estado elemental de incultura que deja al espíritu en barbecho sin corromper sus dotes de desarrollo ni su fertilidad natural".
(En el siglo XX, este aspecto de la producción científica del sujeto por el capital fue conceptuado por Foucault como biopoder).
Es también en este capítulo XIII del volumen I de El Capital ("Maquinaria y gran industria", dedicado al asunto de la subsunción real del proceso de trabajo por el capital) en el que Marx llama a cumplir el programa de escribir la historia crítica de la tecnología como modo para entender las subjetividades de cada época, algo lejano a los intereses de la historiografía del siglo XIX. Y si se entiende el significado de estos apuntes entonces se comprende también la importancia de las investigaciones posteriores de Walter Benjamin o Jean Baudrilard que sólo algunos idiotas se atreven a despreciar en nombre de la ortodoxia.
En el capítulo XIII, aparte de explicarse cómo se produce en el engranaje de la fábrica la negación del obrero individual (fuente y medida de valor según el nivel de análisis más abstracto dedicado en el capítulo I al estudio de las mercancías) por el obrero colectivo y esclarecerse las dotes productivas de la naturaleza en el nuevo nivel de potencia del trabajo social, queda expuesto de manera didáctica la forma en que la revolución por las fuerzas productivas siembra fuertes contradiciones en el seno de la familia obrera o termina por disolverla. Y es que las máquinas, al simplificar los procesos laborales por la geometría, incorporan a la mujer y a los hijos al mercado laboral, minando la autoridad familiar del viejo patriarca artesano.
Pero en medio de las relaciones de explotación capitalista esta incorporación al trabajo de mujeres y niños, lejos de liberarlos de la tutela patriarcal, los convierte en esclavos. De ser una posible vía de liberación para la "humanidad", la máquina instaura la esclavitud en el seno de la familia obrera.
Las máquinas revolucionan también radicalmente la base formal sobre la que descansa el régimen capitalista: el contrato entre el patrono y el obrero. Sobre el plano del cambio de mercancías era condición primordial que el capitalista y el obrero se enfrentasen como personas libres, como poseedores independientes de mercancías: el uno como poseedor de dinero y de medios de producción, el otro como poseedor de medios de trabajo. Ahora, el capital compra seres carentes en todo o en parte de personalidad. Antes, el obrero vendía su propia fuerza de trabajo, disponiendo de ella como individuo formalmente libre. Ahora, vende a su mujer y a su hijo. Se convierte en esclavista.
Desde esta lupa, el viejo jefe de familia obrera colabora también hipotéticamente en Ciudad Juárez con los consumidores de órganos en los hospitales de Houston. Son pues las relaciones fabriles uno de los orígenes principales de los feminicidios.
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