Practiquemos regularmente el ejercicio de distanciarnos de lo "normal" para analizarlo. Vista de lejos, la normalidad no parecerá tal. Miremos críticamente la sociedad, así nos daremos cuenta de que nuestro mundo - tal y como lo conocemos- es un absurdo y está de cabeza... pero podemos cambiarlo.

3 feb 2011

Egipto, apuntes sobre la revolución mundial

El Dussel de hoy, como badajo de campana, celebrando con Kazantzakis la insurrección del pueblo egipcio; apenas ayer loaba a la centroizquierda bolivariana y descartaba en tono de profesor con doctorados y buty erudicción a la revolución como fuerza destructiva del Estado. "Ese marxismo ortodoxo ha quedado atrás hace rato", rezaba en sus catecismos filológicos nuestro profe de academia.

El instante mediterráneo, instante revolucionario en el triángulo Grecia-Túnez-Egipto, no conduce al socialismo, tampoco al Paraíso, es ya en sí, independientemente de su devenir, el mismo Paraíso. Y Kazantzakis es preciso con su imagen del pueblo enloquecido por la visión de su libertad.

Pero ese pestañear que es la insurrección general contra el gobierno, ese estallido sin retorno de la historia, no es algo que se esfume así nomás sin dejar su rastro, igual que las formas de las nubes en el cielo cuando sopla el viento.

Quienes graznan ahora contra los espontaneístas adoradores de la multitud en aras de una "organización consciente que conduzca la energía social y articule las redes sociales", etc., etc., etc., preguntaban hace poco más de cinco años, cuando lo de la banlieue parisina, si todo eso no era un desgaste estéril que perpetuaba a la larga los peores modos de dominación. Desde entonces no han parado de cundir la rebelión y las revueltas, las huelgas de masas, en toda Europa, y aquellos mismos idiotas se siguen preguntando lo mismo.

Su "partido" es el de la nostalgia de Lenin, su deseo pagano el de que la historia se repita, aunque la revolución, como viejo topo, socave diariamente con una tenacidad digna de ser recopilada en un poema fundador, en un poema épico. El mundo se transforma en un viaje cuya bitácora revolucionaria alucinante resulta imposible de predecir cada mañana, como las tonalidades y formas del crepúsculo en cada atardecer.

¿Rebotará la furia de la revolución en Egipto sobre los palacios romanos en donde medra Berlusconi o insuflará el animo cóncavo de los barrios de París? ¿En qué momento la guerra civil arrasará en un instante el orden de las favelas del mundo y los ahora criminales y ninis resultarán la sustancia revolucionaria de los procesos en marcha?

La utopía sobre el cambio ordenado desde la disciplina estoica y científica del partidismo (a la coreana) resulta hoy una utopía reaccionaria y jactanciosa pues pretende "conducir" los tsunamis revolucionarios en lugar de aprender de ellos. Llegan incluso a sostener algunos en su ceguera panárabe que las "revueltas" han sido sembradas en el norte de África por el "imperialismo yanqui y sus súbditos sionistas". Pero lo que no entienden estos pepinos trasnochados (se habla aquí de los militantes del lombardista PPS histórico del México lejanísimo de los años 40-60), tan versados en el arte de definir al imperialismo y hablar del socialismo venidero en abstracto, es que si la sociedad actual pudiera ordenarse científica y moralmente por un cuerpo de iluminados entonces, justamente, no habría revoluciones. De ahí el terror atávico, ancestral y cavernario, casi como el terror a la noche, de todos los amantes del orden a la insurrección revolucionaria. Evitan a toda costa nombrar a las cosas por su nombre. Para El País se trata de una "ola de cambios en el mundo árabe"; para los que no vieron Grecia, lo de Egipto es una "revuelta". En realidad estamos frente a una revolución mundial en crecimiento cuya fuerza casi infantil no hace sino mostrar el grado de destrucción parasitaria que exige a estas alturas de la historia la subsistencia del mercado mundial.

El largo proceso revolucionario que ahora no hace sino empezar nos llevará al día en que ya no seamos siquiera capaces de recordar nuestras actuales jerarquías ni las instituciones que se fundaron en algún lejano siglo europeo sobre el mito del yo individuo acumulador y heredero familiar de riquezas y valores.

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