Desde el piso 25 del Extrañamiento, el trino de los gorriones suena a estridencia, agua sobre cubiertos (trinches) y las cubetas jabonosas que se deslizan cuando las sartenes re-baten y las rejas, en su chocar, sueltan efes; si a ello se agregan los gritos de los niños siempre niños en los cubos del vecindario.
Estoy como a 300 metros de altura sobre el nivel del jueves. Y acaso pronto debo de saber, por mi propio bien, si es profundidad o es altura. Ja, ja. Pues al vértigo de un aguilucho se alterna la reserva contenida del Rey Topo, ese aullar de los mudos que tragan saliva. Igual que 1 línea en la carretera... O sea, una liga:
Amar es el intento de siempre
Renacer hasta la última lágrima
Temblor en la tatema
y el toque del cajón que percutiera;
ese estar en la cuerda suspendido
mala-bareando en el abismo de lo incierto
con la inexpropiable algarabía
de construir vuelo:
En la fiebre del techo
cabalga la sombra.
Y Ella anuncia crisálidas de alas próximas.
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