Hay un algo absoluto en el pensamiento del potente que quiere estabilizar el Pasado; en tanto que hay algo de precario en el pensamiento de la víctima que quiere destruir el pasado.
En el potente no hay ambigüedad; e igualmente en quienes deciden obedecer al potente y en consecuencia usufructuar, como compensación, el poder. Las víctimas, en cambio, son profundamente ambiguas: su decisión de rechazar el poder que tienen al alcance de la mano para crear otro en un mañana incierto, improbable, con frecuencia idealizado y utópico, no puede dejar de levantar sospechas.
Se puede condenar al potente (por su abuso de poder, su violencia, su agresividad, su vulgaridad) y se puede condenar a los jóvenes que, llegado el momento de la elección, deciden estar del lado de los potentes, servirlos, con la finalidad de tomar parte en el poder, y, poco a poco, acaso convertirse en verdaderos potentes ellos también, pero en todo esto no hay nada que sea sospechoso: diría que es natural. Es más, resulta difícil pensar cómo es posible que a alguno de nosotros se le pueda ocurrir llevar a cabo la elección contraria: vale decir, renunciar a seguir el curso de la vida, que, poniéndose al servicio del poder, con su juventud (empuje), asegura para la ancianidad y vejez prestigio y potencia; y escoger, en cambio, una vida de víctima, excluida del gran banquete paterno del poder, de la repetición gloriosa de la vida como Pasado que se perpetúa.
Pier Paolo Pasolini. Petróleo, Apunte 67.
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