Practiquemos regularmente el ejercicio de distanciarnos de lo "normal" para analizarlo. Vista de lejos, la normalidad no parecerá tal. Miremos críticamente la sociedad, así nos daremos cuenta de que nuestro mundo - tal y como lo conocemos- es un absurdo y está de cabeza... pero podemos cambiarlo.

7 sept 2011

de nuestro "objeto"

Nuestro "objeto" fue puesto ahí por las prácticas sociales que producen relaciones sociales todos los días y a cada hora.

Es obvio y está presupuesto que las prácticas sociales trascienden el querer de la subjetividad de nuestra individualidad, aunque no es posible imaginar dicho querer al margen de la historia que conforma propiamente nuestra individualidad concreta (no puede resultar indiferente que la película empiece con una imagen entresacada de La Madre de Máximo Gorki, ahí, junto a la fogata y en círculo, un grupo de personas de pie entona en voz imperceptible el himno de los trabajadores La Internacional ).

Para delimitar nuestro "objeto" dentro del ruido y la confusión que es "el todo", lo intuimos en el transcurso de nuestra propia práctica social presente y heredada; mediante tanteos con todos los sentidos y a partir de la experiencia de nuestro propio cuerpo con sus vitales y simbólicas cicatrices.

Contamos a toda hora en ese tanteo que es la vida con libros, teorías, imágenes y cintas acumuladas, monumentos, interpretaciones del mundo y de la historia. De hecho, nuestras primeras delimitaciones reales sobre el mundo finito e infinito son siempre condicionadas por enfoques que dominaban antes de nuestra aparición en el mundo.

Ahí donde domina el mercado como metabolismo social, donde todo lo que se produce es para intercambiar por dinero (valor de cambio), el método del entendimiento obra por comparación, define su yo ante lo Otro por medio de la moda. La moda es una práctica social que transmite conocimientos en la sociedad de mercado.

Tampoco nuestra elaboración teórica tomó libros y teorías de aquí y allá, azarosamente. La elección fue determinada por la historia concreta de nuestra subjetividad, historia, como todas, que cuenta con sus mitos: José Revueltas en la casa, su proletariado sin cabeza, y a partir de él, de su mito en nuestra infantil cabeza, la mezcla sentimental de Lenin con los espartaquistas alemanes, las pasiones incontrolables de aristócratas como Guillermo Rousset devenidos al marxismo de cofradía, historias que darían fácil para trilogías noveladas. La mitología, la nuestra, contaba también ya dentro de su espacio con usurpadores cuyo devenir en las décadas demostró la profunda verdad de ciertas intuiciones y de los propios mitos.

Luego en la Facultad de Economía de la UNAM, cuando El Capital de Marx rifaba en el eje de la carrera, sufríamos ya la primera gran conmoción ante el cuestionamiento por todas partes de nuestra vieja visión chichimeka que acaso alzaba en el corazón imágenes justicieras tomadas de las grandes novelas de Bruno Traven. Fuimos durante años, inconscientemente, de las fórmulas aprendidas con enorme esfuerzo en El Capital (de la artesanía recién proletarizada de los médicos a la abstracción de la crítica de la economía política existe una profunda brecha epocal) a las fórmulas nacionalistas de la revolución democrática y las reformas del Estado.

Algo esquizo nos rondaba...

De todas formas, las teorías encerradas en los libros no eran sino ecos parciales (reducidos) de una realidad ya inasible. El texto en sí, cualquiera, el más genial, ha petrificado el viejo presente convertido en historia. Y tomarlo por la "verdad" frente a las prácticas sociales que aparecen hoy frente a nosotros renueva el mito.

La deconstrucción necesaria de las teorías mitificadas en nuestras cabezas juveniles ocurrió (las dos teorías, opuestas y antagónicas, irreductibles: la una, abstracta y "esencial", Das Kapital, la otra, la "práctica", el programa del XVI Congreso del PCM), al menos en la individualidad concreta de quien esto escribe, enpiernados durante algunos años con la Carolina. Pero será luego, en otro pasaje, que nos refiramos a la fase del sensualismo mezclado con importantes cantidades de toda clase de bebidas espirituosas. Ese sensualismo demostró entonces sus límites esquizos pero, también, que la relación entre el sujeto y el objeto se tornaba cada vez más complicada, al grado de que, súbitamente, casi siempre se invertía.

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