El lenguaje de la reforma educativa actual en todo el mundo y en todos los niveles --desde preescolar hasta posgrado-- funda categorías para analizar la educación y la escuela desde la lógica de las empresas. El paradigma de las "competencias" resulta más que cristalino, por mucho que se le busque otra acepción al término.
Pero hoy lo que está puesto en cuestión es la escuela misma.
Muchos analistas afirman que es el atraso de los maestros, su falta de preparación, lo que impide la generalización en el uso de las nuevas tecnologías en el aula desde el nivel de la primaria. La mayoría de los maestros mexicanos desconocen esas nuevas tecnologías, es decir, en términos lingüísticos, serían analfabetas. En cambio la chiquillada aprende esas mismas tecnologías de manera natural jugando.
¿No habría que discutir a fondo, entonces, la pertinencia misma del concepto de educación y la práctica escolar en una sociedad con estas características que exigen la renovación del lenguaje social en cada generación?
Lo que sí está claro es que la escuela juega, físicamente, un papel principal de control y contención de la energía creativa y liberadora de la niñez y juventud. Su función es, hoy, cuando los maestros transmiten cada vez menos saberes útiles y valorizables (hablamos de "competencias") a sus estudiantes, esencialmente represiva. De ahí que sean las escuelas secundarias de Chile el foco de avanzada de la resistencia organizada en América Latina: contra la "reforma educativa", pero también contra el propio capitalismo y las "competencias" que exige.
¿Cabe la pregunta?: ¿no es la propia lógica de las competencias --entre generaciones e individuos-- la que termina por poner en entredicho la función misma de la educación y de la escuela? ¿No es la competencia la que elimina todo concepto y reduce a la práctica de ganar al día? ¿No es preciso destruir las prácticas escolares actuales como tarea democrática principalísima?
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