Practiquemos regularmente el ejercicio de distanciarnos de lo "normal" para analizarlo. Vista de lejos, la normalidad no parecerá tal. Miremos críticamente la sociedad, así nos daremos cuenta de que nuestro mundo - tal y como lo conocemos- es un absurdo y está de cabeza... pero podemos cambiarlo.

2 oct 2011

postales de la crisis

Nada tendría que enseñarnos Raskolnikov el del viejo Fedor con sus barrios san petesburgueses después de los sórdidos cuartos amueblados que vimos en la Guerrero, donde el modelo a seguir por las caseras es Paquita la del Barrio.

Bastan tres días de parar a dormir ahí para que cualquier sicario se prepare sicológicamente antes de su atentado.

A una florecita de 17 se le acerca la muerte en la figura de una anciana prematura desde su sífilis pos moderna, y le dice con sus dientes de calavera: "como te ves me vi...". La niña no sabe si reir. Ella sólo está ahí por unos días. Espera de corazón y francamente que el mal tiempo pase, que la densa oscuridad sea por un rato, y que luego amaine la tempestad, todos sonrian, dar fin a la mala racha...

Cualquier chispa aquí se transforma en flama.

Salen de closets milenarios sicarios amaestrados de razas cultivadas por sus espaldas anchas entre los olmecas.

Rinocerontes en estado de abstinencia, por una grapa, o la sangre coagulada (la moronga, pues) de las víctimas venideras.

¿Quién meterá al orden a esta manada de torturadores extraidos de catacumbas sórdidas con la misión de cuidar el orden?

Un trago de más, dos minutos sin su perico, y el tipo se arroja contra las vitrinas del sitio en donde comen sus aguachiles unos güeritos jalisquillos.

No habría un tractor capaz de detener su embestida, no habría nadie.

De suerte que ya está su grapa. El rinoceronte con su woki toki en la mano, el auto que se para en la esquina de donde sale un brazo mano que surte al olmeca, y éste, nomás sonrie, ya ha llegado su calma. ¡Hum!, su calma chicha.

Todo Tlalpan por la noche es un mercado de tetas y globos.

Las grietas sucias de las banquetas encalladas como barcos náufragos.

Y todo el hotelear del viernes de paga es un mercado digno para estudiarse.

Cuartos de a palo por cinco horas. Se niegan habitaciones para salir al día siguiente. Rapiditos.

"Cuando el amor es un sacrificio no puede ser amor", pensábamos, callados, en silencio.

Abajo la noche urbana de una especie de Habana-Nueva York.

Y la ventana que amanece como si del otro lado el mar.

Del otro lado, digo, de los edificios.

Y en el lucerío un lucero.