me descubro no queriéndolo creer
(nos engañaron varias veces con lo de la muerte del Che,
y cuando resultó verdadero no nos lo podíamos creer, tampoco...
Aquellos tiempos en que la revolución cubana intentaba no terminar en la compra venta de casas habitación, o en el mercado de bienes inmuebles, cuando la rondaban otra clase de amistades)
no queriéndolo creer me descubro con un corazón capaz de sofocar a latidos a la más fría de todas las ciencias.
Pero la razón me lleva al Extrañamiento del 22 de octubre, donde leo:
"El desarme de ETA y el fin del nacionalismo armado en Occidente".
Por las buenas o por las malas.
Alfonso Cano puede ser el último intelectual que juntó su causa y su vida con las guerrillas campesinas en América Latina.
Desde la América Latina en las que surgieron las FARC y el liderazgo de Manuel Marulanda, Tirofijo, llovió mucho asfalto, llovió mucha descampesinización.
El mundo del tío Ho Chi Minh ya tampoco existe.
La República colombiana fue diseñada en Washington y construida desde arriba, en la guerra y el estado de sitio permanente, por la vieja oligarquía bananera, hoy cocalera.
Las FARC nunca pudieron penetrar en las grandes ciudades de Colombia y América Latina.
Las ciudades son hoy el espacio vital de la lucha revolucionaria en todo el planeta: desde el mundo árabe insurrecto a las grandes ciudades indignadas y soñadoras de un nuevo mundo.
La lucha es de multitudes, la lucha es en la selva de asfalto, entre edificios y colas de humo y autos y papeles. Sus héroes son anónimos y su sola existencia pone en jaque al sistema.
Las ciudades en transito, lo mismo que el proceso revolucionario:
de esa multitud proletarizada por la globalización capitalista que fue expropiada de sus sueños pequeñoburgueses (forjados en Nintendo) a la conciencia proletaria de los explotados y oprimidos por un mundo comunista.
Las madres centroamericanas en la ciudad mexicana de Saltillo son prueba combativa de un nuevo internacionalismo.
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