Para los materialistas del siglo XVIII el
hombre era lo que para Descartes el animal: una máquina. Para este materialismo,
el mundo no era una materia sujeta a desarrollo histórico y el estado
antidialéctico de filosofar de las Ciencias Naturales en estos momentos
reflejaba su carácter metafísico.
Sabíase que la naturaleza se hallaba sujeta a
continuo movimiento, pero este movimiento era de sentido circular razón por la
cual no se movía del mismo sitio engendrando siempre los mismos resultados.
Esta concepción antihistórica de la naturaleza
aparece también en Hegel, en éste, la naturaleza como mera enajenación de la
idea, no es susceptible de desarrollo en el tiempo, pudiendo sólo desplegar su
variedad en el espacio, pero al margen del tiempo.
Este contrasentido de una evolución en el
espacio pero no así en el tiempo se lo
“cuelga” Hegel a la naturaleza precisamente en el momento en que se habían
formado la geología, la embriología, la
fisiología vegetal y animal y la química orgánica y cuando surgían por todas
partes sobre las bases de éstas nuevas ciencias atisbos geniales, por ejemplo
el de Goethe y Lamarck; de lo que más tarde debía de ser la teoría de la
evolución.
Esta concepción antihistórica imperaba también
en campo de la historia, ésta se utilizaba como una colección de ejemplos e
ilustraciones para uso de filósofos.
Cuando apareció “La esencia del cristianismo”
de Feuerbach, publicado en Leipzing en 1841, pulverizó de golpe la
contradicción que existía en el materialismo que pensaba que lo único real era
la naturaleza pero vista desde el sistema hegeliano y representada como una
“enajenación” de la idea absoluta, como una degradación de la idea, el pensar y
su producto discursivo, la idea, son lo primario
y la naturaleza lo derivado; lo que en
general sólo por condescendencia puede existir.
Se puede decir que en esta contradicción de un
materialismo idealista aparece la obra de Feuerbach y pulveriza de golpe esta
contradicción, restaurando de nuevo en el trono al materialismo.
Para Feuerbach la naturaleza existe
independientemente de toda filosofía; es la base sobre la que creció y se
desarrolló la humanidad, ésta es también
producto suyo, producto natural, “fuera de la naturaleza y de la humanidad, no
existe nada y los seres superiores que nuestra imaginación religiosa ha
forjado, no son más que otros tantos reflejos fantásticos de nuestro propio ser”.
Para Engels Feuerbach representa en algunos
aspectos un eslabón entre Hegel y Marx, “todos nos volvimos Feuerbachianos”,
“con qué entusiasmo Marx abrigó la nueva idea y hasta qué punto se dejó influir
por ella pese a todas sus reservas críticas” esto puede verse leyendo su libro
de “La sagrada familia”.
Después
de un largo periodo de Hegelianismo y posthegelianismo que constituyeron la
Filosofía clásica alemana el “sistema“ saltaba hecho añicos, más sin embargo,
otro tanto podía decirse de la deidificación exagerada del amor, de la
filosofía feuerbachiana, disculpable, aunque no justificable, después de tanta
y tan insoportable soberanía del “pensar puro”.
En Feuerbach, el amor sexual acaba siendo una
de las formas supremas, si no la forma culminante, en que se practica su nueva
religión.
Dice Engels: las relaciones sentimentales entre
los dos sexos, han existido desde que
existe el hombre. El amor sexual, especialmente, ha experimentado durante los
últimos 800 años un desarrollo y ha conquistado una posición que durante todo este tiempo le convirtieron
en el eje alrededor del cual tenía que girar obligatoriamente toda la poesía.
Las religiones positivas existentes se han
venido limitando a dar su altísima bendición a la reglamentación del amor
sexual por el Estado, es decir, a la legislación matrimonial.
El idealismo de Feuerbach estriba en que para
él las relaciones de unos seres humanos con otros, basadas en la mutua
afección, como el amor sexual, la amistad, la compasión, el sacrificio, etc.,
no son pura y sencillamente lo que son
de suyo, sino que adquieren su plena significación cuando aparecen consagradas
con el nombre de religión, sólo cobran plena legitimidad cuando ostenta el
sello religioso, la palabra religión viene de religare y significa unión.
No se podían representar un “hombre sin religión”,
un hombre sin religión es un monstruo, aún vuestro ateísmo es una religión.
Dice Engels al respecto:
La posibilidad de experimentar sentimientos
puramente humanos en nuestras relaciones con otros hombres, se halla ya
bastante mermada por la sociedad erigida en antagonismos y el régimen de clase
en la que nos vemos obligados a movernos; no hay ninguna razón para que
nosotros mismos la mermemos todavía más, divinizando esos sentimientos hasta
hacer de ellos una religión.
Ideas
extraidas del escrito de F. Engels sobre “Ludwing Feuerbach y el fin de la
filosofía clásica alemana” , Ed. Andes, Bogotá Colombia, 1979.
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