Practiquemos regularmente el ejercicio de distanciarnos de lo "normal" para analizarlo. Vista de lejos, la normalidad no parecerá tal. Miremos críticamente la sociedad, así nos daremos cuenta de que nuestro mundo - tal y como lo conocemos- es un absurdo y está de cabeza... pero podemos cambiarlo.

10 sept 2012

el dedo y el violín

y hoy que el Sol sacó sus brillos de plata y el viento su huella fría, igual que hará mañana y después de riquísimos calores vaporosos que le pegaron en la panocha a más de una, como si el celo animal en las mujeres (aquí hablamos de ellas) no se regulara de modo interno sino por el clima --las cosas se nos escapan de las manos--, quiero contarles un cuento, un cuento de familia, relacionado con los dedos y las notas musicales re-fa-sol-la, re.fa-sol-la.

nada del otro mundo, nada que valga la verborrea de una novela gorda y pretenciosa --tanto que pretende robarle días enteros de su preciosa vida al embelesado lector--, sólo que en el árbol genealógico hubo músicos carpinteros y carpinteros músicos,  dos profesiones que, como vamos a demostrar, nomás no se llevan...

avecinada estaba la familia en la ribera del lago de Chapala en 1939. Un pueblo llamado Ocatlán. El abuelo vivía de hacer sillas de montar para los rancheros, y entre sus verdaderas preseas contamos sin lugar a dudas haberle regalado una hermosa silla labrada en mezquite con incrustaciones de plata y concha nácar al general Francisco Villa a su paso por Guadalajara. Ese día, muy temprano, el abuelo se echó una inusual acicalada y viajó a la capital del estado de Jalisco para recibir al Centauro. Ya ven, en cada familia hay un cuento de esos.

resultó que los procesos de trabajo artesanal de los carpinteros fueron chupados por la maquinaria y la fábrica. El abuelo amaba la madera. Por la noche, en camiseta y con la puerta abierta a la calle, tocaba en su violín los sones de la región. Él mismo lo había fabricado. Allá de donde era sí que le saben a eso de la artisteada. Sobaba y sobaba las caras de las vigas, se imaginaba la silla antes de limpiar los cantos, pero, sí, sí, la sierra eléctrica y sus gritos imponen el ritmo, su  ritmo metálico, su velocidad sintetizada, y los pobres huesos, músculos, nervios del abuelo eran más lentos... a veces lentísimos, como si aquella imposición geométrica no le cuadrara en absoluto.

fue así que la falange del dedo índice desde el nudo medio saltó como un grillo al contacto de los dientes de metal, como una rana flaca y en ayunas, ya en el suelo se hizo lagartija, o mejor, cuerpo de lagartija un instante después de ser degollada, en uno de sus brincos, un chico de nombre Genaro cachó al dedo en la palma de la mano, era un colega del abuelo, mucho más joven, que le entregaba su dedo y le decía: "¡corra al hospital, don Ignacio, todavía puede salvar el dedo, vaya a que se lo zurzan!". Pero el abuelo hizo un gesto de "no vale la pena" y siguió en la faena.

aprendió a  prensar el arco del violín con los muñones (en realidad, cuando se vino a dar cuenta, había perdido dos dedos) y le sacaba su buen sonido al Son de la Negra. Luego se quedó sordo, pero siguió interpretando. Se supo cuando murió  porque esa noche no sonó la cuerda de su canto.



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