Los jalones de la raya del otro lado de tu vida, se siguen apareciendo, por mucho que te cercenes y hagas astillas de ti mismo; por mucho que digan los mayas. El martes, por ejemplo, casi tropiezo con Belinda en el momento de dar la vuelta hacia el Monumento, una ex compañera que, como tant@s ot@s, afectada por la dislexia, fue a parar a la izquierda. Intenté abrazarla para recordar por un instante aquellos tiempos (no logro todavía poner rienda a mi inercia histórica), y de hecho así procedí, pero no palpé su carne, vamos, su espalda y brazos, porque ella cargaba una mochila repleta de latitas de atún destinadas a la beneficencia. Se dirigía en ese momento a un barrio innundado por los retoños del canal de los desperdicios, mas aprovechó la ocasión para platicarme de rápido que había alcanzado el equilibrio. Gracias a sus meditaciones y a su inserción en las redes sociales para el trabajo con los miserables, ella sí ya era otra. No sabía yo la eficacia de ese método probado y re-probado; en tres semanas empezaban a verse los resultados. Momentos de visión iluminada que te llevaban a la infancia. Tenía labios de no haber hecho más que fumar durante las últimas dos décadas, pero llevaba prisa y yo sentía ganas de despedirme, "sí, sí, nos vemos pronto, yo te llamo".
Caminó rumbo a la avenida Cuauhtémoc como alma que lleva el Diablo. Las latas de su mochila sonaban como matraca. Al llegar a mi casa prendí la televisión y ahí estaba Belinda en el noticiero del siete. Explicaba la importancia de bajar el nivel de mierda del cuello a la cintura. Su razonamiento era práctico. ¿Quien podría objetárselo? ¿Acaso la mierda en el cogote no amenazaba ya con la asfixia, mientras que siempre resultaba mejor bajar unos 20 centrímetros empeñados en esa tendencia? Que los críticos de profesión, esos inútiles y buenos para nada se quedaran sentados en sus muebles recién comprados, tomando malteada. Razonó también no sé qué sobre los espacios que abrir se hacía preciso, no podemos cruzarnos de brazo, dijo.
La habían peinado de una manera extraña, pero sí, era ella. También lo corroboraron los demás.
--Pa mi --dijo El Raflas con sus modales de costumbre-- que el que no es proveedor es puto.
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