donde un día vi cómo las yerbas altas y oscuras
llegaban hasta el mar, y sólo
esos pastos tocándome las orejas serán mi alegría,
y esas aguas que no exigen rigores
serán mi bien:
tenderse apenas en la arena mojada, sin zapatos,
y cerrar el corazón, cerrar los ojos,
como los caracoles marinos, los duros,
los más enrojecidos.
Antonio Cisneros, A cada quien su animal, La Cabra Ediciones, 2008.
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